lunes, 10 de septiembre de 2012

Segunda Versión

"2 1 2 9"


Sabemos que no somos inmortales. Vivimos, aguardando esa noticia. Conocemos nuestro destino.

Si la carta no llega, se nos revela en sueños. La fecha exacta de la partida o la edad en que abandonaremos la Tierra; nuestra vida. Mientras tanto, hay que hacer y esperar.

Parece una maldición o un designio. Aunque no siempre fue así. En otras épocas, nadie lo sabía anticipadamente y con exactitud. Algunas veces se adivinaba, lo presagiaban y no con demasiada precisión. En la mayoría de los casos, esto angustiaba, aterraba y confundía a las personas. Pero ello ha cambiado.

Desde el año 2123, las notas comenzaron a llegar por correo electrónico, impresas en un antiguo papel de pulpa, y hasta en los mini LCD, tan comunes en estos días, descartables y frágiles.

Si fallan estas vías, puede averiguarse personalmente. Los Registros Civiles inscriben tanto los nacimientos como las defunciones. Estos organismos públicos también son notificados de las fechas de expiración humana.

Y si por alguna razón, el individuo no es avisado, o no recuerda lo comunicado en sus sueños, puede dirigirse a esa oficina y averiguar el día y la hora, el año y el mes del adiós.

Claro, no es fácil recibir esta noticia, pero peor resulta ignorarlo. No siempre hay suficiente tiempo para concretar todo lo proyectado.

En mi caso, estoy esperando la confirmación de una visión que tuve hace unas semanas. En ella se me comunicó que partiré a los 77 años. Aún me restan 27 años de vida. No sé día, hora ni mes. Tampoco cómo y debido a qué circunstancias. Esos son los únicos misterios que quedan por develárseme.

Este trámite doloroso -previsible-, resulta penoso cuando el anuncio fija una fecha próxima, o da escasa vida a un niño o a un joven.

De todos modos, nada puede hacerse al respecto. No hay engaño posible ni dilaciones. El organismo civil sabe, opera y constata. Es un aliado de la muerte.

Nacemos con esa fecha grabada en nuestro ADN y, desde el año 2123, se nos comunica en algún tramo de nuestra existencia, sí o sí.


(C) Gustavo D´Orazio, 2009.

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