DE LUJO
Trapito ingresó, finalmente, a la crónica
periodística. Yo, que lo conocía, lo descubrí en la portada del diario.
Delgado, joven y siempre atildado. Así se lo destacaba a todo color.
Vestido como para ir a la oficina, cumplía su
labor en la esquina del edificio municipal de Tres de Febrero, en pleno centro
de Caseros.
Con excelentes modales, Trapito acomodaba
autos, evitaba accidentes, hacía de semáforo; colaboraba con el descenso de
alguna anciana y hasta abría su paraguas si era necesario.
No escatimaba las atenciones. Vigilaba y
resguardaba espacios, ofrecía sus ojos cuando las mujeres no alcanzaban con su
mirada el cordón y era capaz de estacionar él mismo, si alguien, poco
habilidoso, no lo conseguía.
No era un “trapito” más. No fue un “trapito tramposo”. Sin embargo, supusieron
que formaba parte de la “selecta mafia”
amarilla -franelera- de la zona.
La joven Policía, recientemente formada en la
Escuela de la avenida Gral. San Martín, no le creyó ni permitió defensa.
Trapito fue desalojado, sin más; como los
otros, entre gritos y forcejeos, sin posibilidad de defensa y… menos volver a “su
lugar de trabajo”: una mesita rodante, provista de paños, limpiavidrios y un
spray con aroma a lavanda, que lo distinguía.
Solo algunos “colegas franeleros” retornaron
a las calles. Un puñado de oscuros seres, hábiles en los negocios, los contactos
y las chicanas mundanas, de ciudad pequeña.
Decidido, entonces, Carlos (ese su nombre
real), se sentó en la esquina y esperó… Esperó y esperó. Todos los transeúntes
y automovilistas -amigos de su bondad-, lo observaron y alentaron.
Reclamaron su presencia -pulcra y responsable-,
exigiendo su regreso al puesto de estacionamiento.
Una cuadra, solo una cuadra, era la que Carlitos
cuidaba. Sus protegidos lo apoyaron, sin reparos. Hicieron que los medios se
ocuparan del caso, prolija y extensamente, desplazando a autoridades y
comerciantes indignados.
En contra de la “mafia de los trapitos”, él y
los usuarios de autos y motos, se pusieron de acuerdo y lograron el desalojo de
los malos de una película conocida por todos y amparada por algunos.
Paño en mano, el muchacho, Carlitos, agradeció la solidaridad recibida y, con
zapatos nuevos, relucientes, recibió en “su cuadra” a quienes confiaban en él.
Un trapito de lujo. Sonriente y bueno.
Que los hay, los hay.
2014 - G. D.
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